¿Por qué disfruta el público del cine violento? ¿Por qué si la sangre y los golpes espantan en la vida real, los espectadores pagan por verlos en la pantalla? Basta recordar los filmes de Scorsese o los de Tarantino para constatar que la violencia es un elemento inherente a lo que ellos y su público consideran importante reflejar del mundo. Y esa violencia como llamado a las masas, también se manifiesta en las obras de autores más jóvenes. Así sucede con las películas de la saga de RÁPIDO Y FURIOSO que tienen entre ellas una, que destaca por sus cualidades particulares, aunque no deja de pertenecer al mismo arquetipo. Su nombre es RÁPIDO Y FURIOSO: RETO TOKIO y es ideal para responder a la pregunta de por qué la violencia atrae al público.
RÁPIDO Y FURIOSO: RETO TOKIO es la tercera entrega de la serie que estrena su primer episodio en 2001. Responde al arquetipo narrativo del inmigrante, que sirve para dar cuenta de la vida y padecimientos de los recién llegados a un lugar en el que son diferentes cultural y físicamente. El modelo se usa tanto para personajes que viajan a tierras lejanas, así como para quienes se mueven dentro de pequeñas comunidades. Sirve para tratar dramas cotidianos o para grandes conspiraciones delincuenciales. En el caso de RETO TOKIO se muestra a un adolescente que debe huir a Japón desde la USA, debido a su temperamento rebelde que bordea lo ilegal. Teniendo como punto de conexión su habilidad temeraria para conducir automóviles, conoce a la chica que lo enamora y entra a formar parte de una pandilla mafiosa. El reto para el personaje no es solo adaptarse, si no destronar al joven yakuza que controla a los bandidos principiantes de su zona de la ciudad. Para lograrlo potencia su temperamento conflictivo, aprende las mañas del hampa local y se hace ducho en la forma de conducir autos deportivos al estilo nipón. Es un antihéroe en toda regla, que inicia pensando en su beneficio personal para terminar defendiendo los interese de su pequeña comunidad de adolescentes renegados.
RÁPIDO Y FURIOSO: RETO TOKIO es un filme para público juvenil, en el que se intenta justificar la vía de los puños como la opción inevitable para resolver los conflictos y aunque hubiera otra, la ética del protagonista le impide seguir algún camino diferente. Es como si el destino trágico rigiera el rumbo del relato y como si de un oráculo tácito se tratase, todos en la sala de proyección o en frente del televisor de la casa, suponen que las discrepancias entre los personajes se resolverán a golpes y además, celebran cuando sucede. ¿Y por qué? Porque a eso van al cine, a exteriorizar la energía contenida generada por las frustraciones cotidianas o por la impaciencia ante la incertidumbre de sus vidas sin resolver. Esa es la razón por la que este cine, colmado de comportamientos primitivos, sigue vigente.
Más allá de saber que el espíritu humano es capaz de las más refinadas obras de arte, en filmes como RÁPIDO Y FURIOSO: RETO TOKIO, se reconoce el martirio al que están sometidos los más débiles y por eso el protagonista acude a salvar a los desvalidos. ¿Sería esto necesario en la vida real? Quizás no, pero el desfogue de rabia contenida en el público justifica el relato. Si la manera de escribir el guion es técnicamente adecuada, los espectadores se identificarán con el protagonista y como a nadie le gusta que le digan que es “el malo de la película”, el protagonista lavará su imagen usando la violencia para defender causas justas y eso lo llevará al final ideal del filme, en el que la balanza se inclina del lado de los desvalidos.
En el caso de RÁPIDO Y FURIOSO: RETO TOKIO, la Justicia descubre sus ojos en favor de los inmigrantes, de lo extranjeros, de los diferente. La conclusión es entonces clara, violencia sí, pero firmemente justificada. ¿Hubieran podido seguir otro camino? Sin duda si, pero la catarsis necesaria para que el asesino en potencia que esconden algunos espectadores suceda, depende de cuantos golpes logre el protagonista acertar. De esta forma el alma del individuo antes frustrada ha sido expiada al ver la película y la sociedad sigue adelante con los monstruos hibernando a la espera de una nueva película que los saque a pasear y saciar sus ansias, para luego reposar y hacer creer al mundo que todos somos gente normal.