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DUERMEVELA, crítica literaria

Por Poly Hincapié Buchelli
A manera de bisagra entre la vigilia y el sueño, el vocablo duermevela título de la novela, funciona como metáfora de otras dualidades presentes en el texto, vida y muerte, pasado y presente, virtud y debilidad. En todos los casos, no se trata de estadios distanciados, ubicados en polos opuestos, sino de relaciones entretejidas, densas, de límites difusos.

Como si se tratara de un guión, los capítulos en su mayoría inician con acciones en presente enlazadas con puntos seguidos, modalidad que si bien facilita la lectura y ayuda a la concreción, sacrifica la fluidez del discurso en abierta semejanza con el discurrir de la relación edípica planteada como elemento nuclear de la novela.

El texto habla de la muerte del padre y los recuerdos que la protagonista evoca buscando construir la esencia del personaje en el antes y el después de la partida. El antes pasa por entender los elementos y las circunstancias que definieron la relación de los padres y sus efectos en la vida de cuatro hijas. El después remite al qué hacer con ese legado, herencia que buena o mala nunca funciona porque al final quien la recibe, la protagonista Irene, cargada de culpas y preguntas sin resolver, termina reproduciendo la cadena que siempre ha querido romper.

Tres generaciones, abuelos, padres, e hijas, enmarcados por una cultura patriarcal no logran deslindarse de esa estructura no obstante tener los elementos para ello. Resulta irónico que el personaje del padre quien en plena revolución cultural de los sesenta, tuvo el coraje de viajar a estudiar a Europa sin recursos, de realizar cualquier trabajo para mantenerse, de enamorarse y traer a su compañera a un pueblo de Colombia, finalmente condena a su mujer a una relación opaca, en la cual las hijas nacen porque sí, donde el tedio y el hastío se cuelan en cada frase y más terrible aún, el personaje femenino definido en la madre, muere sin rebelarse. Ese mismo padre omnipresente, sólo a la edad de los cincuenta años se otorga licencia para leer y disfrutar poesía porque de haberlo hecho antes habría desbordado las exigencias del modelo heredado. Sin llegar al parricidio en términos metafóricos, la novela logra mostrar las contradicciones del personaje del padre, evidenciando la complejidad que caracteriza al ser humano, lleno de virtudes y plagado de debilidades.

, Melba Escobar, escritora de Duermevela

Irene por su parte tampoco, rompe el esquema no obstante manejar un discurso contestario y acometer acciones desafiantes como la relación con el turco. Al final claudica muy en contra de su argumento: “Si la muerte es la gran igualadora, también lo es la maternidad. Las mujeres pierden el pudor, vuelven a ser mamíferos, vuelven a ser Eva y todas las mujeres expulsadas del paraíso, condenadas por siempre a preocuparse por sus crías, a sacrificarse por ellas, a dar la vida por ellas, por un puro instinto de la raza humana, tan natural como respirar. Es mi turno…” Llegará entonces un nuevo ser para compensar la ausencia, pero fundamentalmente para continuar la cadena reproductiva y seguirle temiendo a la muerte.

Las referencias a Cali, a La Cumbre, a un alcalde, a un proceso cívico dejan un halo de cercanía que reconcilian al lector de este lado del mundo con una época y una manera de hacer las cosas. Esa mezcla de temática intimista con la alusión a historias públicamente conocidas no deja de ser un ejercicio de escritura muy valerosa.

En nuestro Recomendado2,  Melba Escobar habla del fomento al trabajo de los escritores.