Se cree con frecuencia que en el cine de época, la dirección de arte y el diseño de producción, deben crear estéticas que reconstruyan de manera fidedigna la realidad histórica en la cual se sitúa la narración. Sin embargo, cuando se trata de ficción, la subjetividad del equipo creativo siempre se impone, más aún cuando, el objetivo principal de buena parte de estas películas, es ser atractivas a un gran número de espectadores. Por encima de la exactitud, se busca la verosimilitud, es decir, que aunque no sea cierto lo que se muestra, parezca verdadero.
La objeción se presenta cuando se supone que para buena parte del público, el único y más impactante contacto con el período histórico en cuestión, será la película. Es decir, que aunque no haya un contrato firmado en favor de la precisión historiográfica, si existe un tácito compromiso con la reconstrucción de cierta clase de realidades, que de no ser por el cine, quedarían para siempre en el olvido. ¿Dónde está entonces el punto de equilibrio? ¿Hasta dónde ser verdaderos y hasta donde verosímiles? El departamento de maquillaje y peinados, puede tener la respuesta.
El caso de M*A*S*H (1970) del director Robert Altman, ejemplifica la forma de obtener el equilibrio entre la precisión y verosimilitud. El film ilustra la vida de un hospital de guerra en el conflicto de Corea, durante la década del 50, pero con una mirada contracultural de los años 60. Ello implica que la guerra no es considerada como la oportunidad ideal para la glorificación del heroísmo, sino que es mostrada en un tono irónico propio de jipismo y el pacifismo. Así que, aunque los decorados se ajustan al momento histórico en el cual sucede la narración, es decir, la década del 50, los peinados son los que llevarían las personas de los años 60. De esta manera se logra que una comedia de época, se acerque a la realidad del público para el cual ha sido pensada.